viernes, 27 de mayo de 2011

stonehenge



bien coleadict@s en londres se puede visitar como museo raro,original ó curioso el del crimen de scotland yard:nos sumerge en el mundo de los crimenes,y muestra las sogas que ahorcaron a numerosos condenados,junto al busto de los ajusticiados(con las marcas de la cuerda en su cuello).tambien se pueden contemplar numerosos objetos que se utilizaron para llevar a cabo asesinatos,o pistas de las investigaciones.incluso hay paraguas y bastones que ocultan armas de fuego,y tambien,no podia faltar,abundante informacion sobre el mitico jack el destripador






ahora bien para museo raro raro el de watters o inodoros hay uno en Massachusets EEUU y otro en Nueva Delhi INDIA






como dato curioso en BCN tenemos el museo de pompas funebres






yo me quedo con esto que siempre me fascina







Si las piedras hablaran
En busca del significado de Stonehenge
Suele vislumbrarse por primera vez, avanzando a toda velocidad, desde la autopista A303 que casi atraviesa con descuido la entrada del monumento. Stonehenge aparece como un grupo de protuberancias insignificantes sobre una gran planicie, por lo demás anodina; sin embargo, incluso desde esta posición profana y ventajosa, la amplia silueta es tan inequívocamente prehistórica que, por un momento, el efecto que produce es un salto en el tiempo.
De cerca, entre la confusión de rocas rotas y erguidas, parece de menor tamaño que su reputación, pese a la evidente proeza representada por el montaje de las famosas rocas de arenisca; la mayor pesa 50 toneladas. Único en la actualidad, quizá Stonehenge fue único en su propia época, hace unos 4 500 años: un monumento de piedra que siguió como modelo a algunos precedentes fabricados en madera. En efecto, sus enormes dinteles están unidos a los montantes por medio de ensambladuras de espiga tomadas directamente del arte de la carpintería: indicio elocuente de cuán radicalmente novedoso debió haber sido este monumento híbrido. Las personas que construyeron Stonehenge habían descubierto algo desconocido hasta entonces, hallaron una verdad, hicieron un cambio, no hay duda de que las piedras colocadas con determinación están cargadas de significado. ¿Pero qué simbolizan en realidad? Pese a incontables teorías propuestas con el paso de los siglos, nadie lo sabe.
Stonehenge es la reliquia más famosa de la prehistoria europea y uno de los monumentos más reconocidos y contemplados del mundo (no tenemos una idea clara para qué lo usaban en realidad las personas que lo construyeron).
En el pasado, los arqueólogos buscaron develar este enigma obteniendo todos los datos que podían de las piedras mismas, sometiendo a escrutinio sus contornos, sus marcas e incluso sus sombras. Sin embargo, desde hace poco las investigaciones han llevado a los estudiosos a ampliar sus miras, por una parte, lejos de Stonehenge mismo hacia los restos de un pueblo neolítico cercano, y, por la otra, a un escarpado pico montañoso situado al suroeste de Gales. Aunque aún no ha aparecido ninguna respuesta definitiva, estas dos muy distintas búsquedas en curso han suscitado nuevas y seductoras posibilidades.
Stonehenge surgió de una rica tradición de estructuras igual de enigmáticas. Los henges (bancales circulares de tierra colocados en paralelo mediante un foso interno), los terraplenes y montículos de tierra, las estructuras circulares de madera, los monolitos y los círculos y herraduras de piedra fueron comunes a lo largo del Neolítico en la actual Gran Bretaña y en partes de la Europa continental. En distintas etapas de su evolución, Stonehenge reflejó muchas de estas tradiciones. Lo más probable es que las primeras rocas estructurales de Stonehenge de las que se tiene certeza, las doleritas azuladas, que se transportaron por flotación, y luego fueron arrastradas y acarreadas desde Gales, llegaron al sitio en otra época antes del año 2 500 a. C. Siguieron las rocas areniscas gigantes, que llenan el monumento, el cual en algún momento se comunicaba con el río Avon por una avenida. Por consiguiente, Stonehenge, es el punto culminante de una evolución dinámica; los terraplenes construidos rápidamente en las praderas, anteriores a la Edad de Piedra, quizá encerraban creencias distintas a las del monumento posterior de piedra al que se relacionaba estrechamente con el agua. No es fácil descifrar el plano original del monumento que se yergue junto a los círculos que se vinieron abajo. Resulta más sencillo imaginar las acciones que estaban detrás de ello: la planificación y la ingeniería; la diplomacia necesaria para negociar el transporte de las piedras por distintos territorios; las maniobras para suministrar la mano de obra; la habilidad para engatusar, inspirar u obligar a hombres sanos a abandonar sus animales, sus campos y sus tierras de caza, en suma, los muchos actos humanos necesarios que seguimos reconociendo, aunque sabemos poco sobre quiénes eran estos primeros britanos, cómo estaban organizados o qué lengua hablaban.
Sabemos que algunos eran campesinos y pastores, además de que desde hacía mucho habían comenzado la tarea de domesticar su paisaje, adentrándose en los antiguos bosques de abedules, pinos y avellanos. Los restos de esqueletos indican que, pese a una vida de desgaste físico, los habitantes de la Gran Bretaña neolítica tenían una complexión más ligera que la nuestra. La ausencia relativa de deterioro dental sugiere una dieta baja en carbohidratos, y aunque es difícil calcular la expectativa de vida, al parecer la generalidad de los pobladores disfrutó de buena salud. Entonces, como ahora, la vida suponía peligros inesperados. “Entre 5 y 6 por ciento de estas poblaciones mostraba grandes traumatismos contundentes en el cráneo –según Michael Wysocki, profesor titular en ciencia forense e investigación de la Universidad Central de Lancashire–. Este también era el caso entre hombres y mujeres”.
Recientemente, los descubrimientos espectaculares y del todo azarosos suministraron perfiles biográficos de algunos hombres de aquella época. En 2002, unos arqueólogos que trabajaban en Boscombe Down, en la ribera este del Avon, a cuatro kilómetros al sureste de Stonehenge, desenterraron dos sepulturas que datan de entre 2500 y 2300 a. C. Estas contenían los restos de un hombre entre 35 y 45 años de edad cuya pierna había sido gravemente dañada (habría renqueado espantosamente) y un pariente más joven, quizá su hijo. La tumba del hombre mayor contenía los bienes funerarios más ricos de la era hallados en la Gran Bretaña: joyas de oro para el cabello, cuchillos de cobre, instrumentos de pedernal, dos muñequeras de arquero en roca pulida, una “piedra yunque” para labrar metales, así como piezas de cerámica del estilo del “vaso campaniforme” común en esa época en la Europa continental pero no en la Gran Bretaña. El análisis químico del esmalte de los dientes de los dos hombres tuvo resultados sorprendentes: el joven era de la región local de piedra caliza de Wessex; el mayor, apodado el “Arquero de Amesbury,” provenía de las estribaciones de los Alpes, de la región de las actuales Suiza y Alemania.
El hecho innegable sugiere un relato romántico. Al migrar desde Europa continental, llevando consigo su cerámica avanzada y su destreza en metalistería, el Arquero había prosperado en Wessex, acumulando riqueza y prestigio considerables, además de hacerse de una familia.
Apenas un año después del descubrimiento del Arquero y su acompañante y a menos de medio kilómetro de distancia, unos albañiles que colocaban tuberías se tropezaron con otra tumba más o menos del mismo período, esta contenía los restos de siete personas, de las cuales por lo menos cuatro eran varones, al parecer también emparentados y, como el Arquero, no eran autóctonos de la zona. El análisis de los premolares y los molares de los tres adultos reveló, según Fitzpatrick, “que estuvieron en un lugar hasta los seis años de edad y en otro hasta los trece”. Entre los posibles lugares donde pudieron haber pasado la infancia están el noroeste de la Gran Bretaña, Gales o Bretaña. “La cuestión principal no es de dónde vinieron –recalcó Fitzpatrick–, sino que las personas de esos tiempos viajaban. Este es el mejor ejemplo de la migración prehistórica en Europa encontrado a la fecha”.
Aunque no resulta descabellado conjeturar que estos inmigrantes vieron Stonehenge (quizá incluso ayudaron a construirlo), se han desenterrado nuevas y notables pruebas sobre la comunidad que seguramente lo utilizó. Desde 2003, el Proyecto de la Ribera de Stonehenge, encabezado por Mike Parker Pearson, de la Universidad de Sheffield, y otros cinco directores de grupo, apoyado por la Sociedad National Geographic, ha realizado una serie de excavaciones del paisaje más amplio de Stonehenge, centrándose en un enorme henge, de unos 450 metros de diámetro, conocido como Durrington Walls. Situado a casi tres kilómetros al noreste de Stonehenge, Durrington se conocía desde 1812 y fue excavado en los sesenta del siglo XX. En el interior y alrededor del henge gigante había tres estructuras circulares de madera cuyas huellas sobreviven en los rastros de sus hoyos para postes. Dos círculos, uno al norte y otro al sur, se hallaban dentro del henge mismo, mientras que un monumento posterior, conocido como Woodhenge, se hallaba justo fuera.
“Hay pruebas que sugieren que los círculos de madera eran lugares reservados cuyo interior estaba oculto por biombos y agrupaciones de postes”, menciona Alex Gibson, especialista en círculos de madera, de la Universidad de Bradford. Hace poco, dentro de los bancales del henge, el Proyecto de la Ribera desenterró dos estructuras elevadas que se distinguen por acequias y palizadas, quizá las residencias de funcionarios de la elite que dominaban el círculo, o incluso casas de culto. Fuera del henge y bajo el terraplén, el proyecto excavó un grupo de siete casas pequeñas. Fechadas provisionalmente entre 2600 y 2 500 a. C., abarcan una avenida de 30 metros de ancho enlosada con roca caliza que llega hasta el Avon. Dentro del dibujo de los cimientos de una de las casas, Mike Parker Pearson señaló los detalles domésticos, como una chimenea oval en medio del suelo. “Estas son marcas de talones, o quizá de nalgas”, afirmó, poniéndose en cuclillas al lado de las hendiduras en el piso de yeso. Los restos del sector para cocinar estaban a un lado. Cinco de las casas muestran vestigios de muebles. Excavaciones de prueba y levantamientos geofísicos han detectado en el valle una multitud de otras posibles chimeneas. “Puede haber hasta 300 casas”, afirma, lo que lo convierte en el mayor asentamiento neolítico hallado en Gran Bretaña.
Con base en su experiencia de campo adquirida en Madagascar, Parker Pearson defiende una audaz interpretación sobre el sitio y, con ella, la “respuesta” a Stonehenge. En la cultura malgache, los antepasados son reverenciados con monumentos de piedra que significan el endurecimiento de los cuerpos hasta el hueso y la duradera conmemoración de la muerte; la madera, en contraste, que se descompone, se asocia con la vida pasajera.
La piedra es ancestral y masculina, mientras que la madera es, en palabras de Parker Pearson, “suave y blanda, como las mujeres y los bebés”.
Orientado por este modelo, Parker Pearson observa sugerentes asociaciones entre Durrington Walls, con sus distintivas estructuras de madera, y el sólido carácter monumental de Stonehenge. Durrington tiene un sendero que conduce hacia el Avon que podría ser una avenida ceremonial, mide poco más de 167 metros de longitud, mientras que el de Stonehenge recorre casi tres kilómetros, y su carácter procesional queda definido por las acequias y bancales que la flanquean. Para Parker Pearson, los contrastes son igual de sugerentes. Stonehenge está alineado sobre ambos ejes del amanecer durante el solsticio de verano y del ocaso en el solsticio de invierno, mientras que el Círculo meridional de Durrington Walls recibe el amanecer del solsticio de invierno. Las abundantes piezas de cerámica y los restos de osamentas de animales, en especial de cerdos, sugieren que Durrington Walls fue testigo de muchos banquetes, en tanto que en Stonehenge se han encontrado pocas de estas. En Durrington casi no se han hallado restos humanos, pero se han descubierto 52 cremaciones y otros muchos entierros en Stonehenge, que podría contener hasta 240: el mayor cementerio neolítico en Inglaterra. Durrington, según esta nueva teoría, representa el dominio de los vivos y Stonehenge el de los antepasados muertos, ambos sitios vinculados por procesiones estacionales que seguían un trayecto formado por las avenidas y el río. Las cenizas de casi todos los muertos se habrían confiado al río. Otros restos cremados, quizás de la elite de la sociedad, se depositaban ceremoniosamente en Stonehenge mismo.
“Muchos especialistas aceptan la teoría de los vivos y los muertos de una manera muy laxa”, afirma Mike Pitts, editor de la revista British Archaeology.
Son los detalles de la nueva teoría los que resultan problemáticos. El supuesto ha sido siempre que los restos de entierros en Stonehenge fueron comunes sólo durante el período de los terraplenes y estructuras de madera anteriores a la Edad de Piedra, aunque Parker Pearson cree ahora que continuaron hasta el período de las piedras. Sin embargo, los datos ambientales del paisaje inmediato alrededor de Stonehenge indican la presencia de actividades vitales usuales, como el pastoreo de animales y la agricultura, que no parecen compatibles con un mayor dominio ritualizado de los muertos. Además, no hay acuerdo sobre la fecha de la llegada de las rocas de arenisca. De modo parecido, la fecha de la avenida que conduce desde Stonehenge al Avon, el nexo necesario entre ambos sitios arqueológicos, debe resolverse con más datos. Llenar estos huecos es crucial si se quiere establecer cualquier correlación válida de actividades entre los dos. En suma, Pitts comentó sobre la teoría de Parker Pearson: “El valor de su interpretación está no sólo en la idea de relacionar las piedras con los antepasados, sino que funciona con todo el paisaje. Las explicaciones anteriores han considerado a los sitios arqueológicos independientes por separado”.
Paradójicamente, un acercamiento más directo al corazón de Stonehenge podría hallarse en el trabajo de campo lejos de su propio paisaje, a kilómetros de distancia en un pequeño yacimiento en medio de convulsionados y fracturados afloramientos de dolerita y esquisto en las montañas Preseli del sur de Gales, fuente de las rocas más antiguas de Stonehenge, las legendarias doleritas azuladas. El montaje de las doleritas azuladas marcó una transición crucial de los emplazamientos de madera hacia el monumento que tenemos hoy en día. “Espolvoreadas de magia”, fue como un arqueólogo me describió las famosas colinas brumosas, en una región conocida desde hace mucho tiempo por sus enigmáticos círculos de piedra, dólmenes y otros monumentos megalíticos. Ya en 1923, afloramientos específicos alrededor de Carn Menyn, en el extremo oriental de las montañas Preseli, habían sido identificados como la fuente de la dolerita azulada; una labor geoquímica posterior llevada a cabo en 1991 refinó esto a aproximadamente a 2.5 kilómetros cuadrados. Con todo, durante más de 80 años después del descubrimiento de la fuente de la dolerita azulada, “nadie en realidad sacó la pala para hacer algo –a decir de Timothy Darvill, profesor de arqueología de la Universidad de Bournemouth–. Verdaderamente, resulta perverso”.Junto con Geoffrey Wainwright, distinguida autoridad en el Neolítico y el excavador original de Durrington Walls en los sesenta, Darvill comenzó una investigación sistemática en los alrededores de Carn Menyn en 2001, acompañado por un pequeño grupo de investigadores de la Universidad de Bournemouth, que incluía a Yvette Staelens, profesora titular. “Es un lugar donde suceden cosas extrañas –afirma Staelens acerca de las colinas. Mencionó cómo en una ocasión alcanzó la cumbre de un afloramiento vertical de roca y halló un zorro incrustado en una roca–. Se derramaban tripas y sangre, creemos que una gran ave lo dejó caer. Cosas así de raras”.
“Es un monumento natural –dice Wainwright sobre las caóticas formaciones rocosas de columnas y pilares desparramados en el suelo–. Las piedras no fueron extraídas de una cantera; sólo había que llevárselas”. Con una altura de hasta 1.8 metros y cuatro toneladas de peso, los casi 80 bloques originales (no queda claro el número exacto localizado anteriormente en Stonehenge) son sobre todo dolerita manchada de feldespato de color blanco lechoso. Recién cortadas y mojadas por la lluvia, producen efectivamente un brillo azul. Pese a todo, estas no son las únicas piedras sorprendentes en las Islas Británicas. “¿Por qué fueron transportadas las piedras 400 kilómetros para construir Stonehenge? –pregunta Wainwright–. ¿Y por qué las conservaron a lo largo de su historia estructural”.
Hasta ahora, las montañas Preseli no han brindado una respuesta, pero sí ofrecen algunas pistas. Según recuerda Staelens, el primer día que Wainwright y Darvill comenzaron la medición del terreno, Wainwright posó su mano sobre una roca. “Y en esta había arte rupestre. El par tuvo una actitud muy de académico flemático con respecto al descubrimiento. Geoff dijo: ‘Mira esto, Tim’. Tim respondió, ‘Parece importante, Geoff’. Se quedaron de pie en el lugar, con la característica flema británica”.
El puñado de ejemplos del arte de “cazoletas” –cuya característica son los huecos circulares dentro de otros huecos– que descubrieron finalmente podía fecharse sólo de manera general entre 3800 y 2000 a. C. “No conseguimos nada que pudiéramos fechar con certeza”, dijo Darvill.
No obstante, se sabe lo siguiente: quizá ya en 4000 a. C., los pobladores construían monumentos en esta zona atmosférica donde las cimas rocosas parecen atravesar el cielo y conmemoraban el sitio con motivos asociados en otras partes con yacimientos “especiales”. “En el Neolítico los habitantes van a las montañas Preseli a venerarlas”, fue como lo describió un arqueólogo.
Se ignora si las rocas fueron movidas a la Llanura de Salisbury en una sola campaña sostenida o en una actividad continua durante una generación o más. De igual modo, a través de los años se ha debatido acaloradamente cómo se transportaron las rocas.
“Esa es una cuestión de mano de obra –afirmó Wainwright, disfrutando al expresar su parlamento bien ensayado–, y yo no soy ingeniero”.
Aunque quizá los sedimentos glaciares aflojaron las rocas de las colinas, los estudios contemporáneos han descartado una antigua teoría de que los glaciares las arrastraron hasta la Llanura de Salisbury; los pobladores debieron trasladarlas de algún modo. Lo que se acepta como la ruta más corta (por el río a lo largo de la costa de Gales, a través del estuario Severn, hasta la cuenca alta del Avon) mide unos 400 kilómetros. Es imposible juzgar lo notable que fue en su momento esa hazaña de transporte. Como lo señala Darvill, en la Europa continental se arrastraban piedras aún más grandes. “El argumento esgrimido sobre el ‘inexplicable esfuerzo’ recibe cada vez más ataques –menciona Darvill–. El Gran Menhir de Bretaña pesa alrededor de 340 toneladas y fue movido por lo menos unas cuantas millas”.
Los arqueólogos sólo pueden conjeturar sobre el significado de las doleritas azuladas. Quizá Carn Menyn haya sido un hito cargado de un significado especial en una ruta terrestre fundamental para el comercio o los viajes. Algunos afirman que la disposición de los tipos de piedras ígneas (dolerita, riolita y toba) en Stonehenge refleja su disposición natural en Carn Menyn. De nuevo, quizá el esfuerzo mismo de transportar las piedras o su exótica naturaleza eran el objetivo, una especie de declaración de capacidad y de poder.
Darvill y Wainwright opinan que la respuesta se halla en una antigua tradición. En el siglo xii de nuestra era, Godofredo de Monmouth, en su anecdótico y divagante deambular por la historia de los reyes de la Gran Bretaña, dio una versión fantástica de cómo Stonehenge fue transportado totalmente (por órdenes del mismísimo Merlín, ni más ni menos) desde Irlanda hasta la Llanura de Salisbury, donde se colocó para ser un lugar de curación. El relato podría representar retazos de recuerdos tradicionales, tergiversados por una añeja tradición oral, en este caso de 3 600 años de antigüedad; después de todo, las piedras de Stonehenge fueron transportadas desde un lugar remoto situado al occidente, al parecer por medios mágicos. Redondea este relato una añeja creencia local, muy arraigada incluso en la actualidad, que atribuye poderes curativos a los manantiales que surgen de las montañas Preseli. La suma de estas dos tradiciones propone a Stonehenge como una especie de Lourdes del mundo prehistórico. “Bueno, es posible”, dijo un experto al mencionar esta teoría de la curación. Otros son más escépticos: “Bochornosamente extraña”, fue la displicente frase que escuché. Hasta que no se hallen nuevas pruebas, entonces, el rastro vuelve a donde comenzó, con sólo los hechos innegables más básicos: los habitantes encontraron algo especial en las montañas Preseli y transportaron esto al sur de Inglaterra.
En la época en la que las doleritas azuladas llegaron a la actual Llanura de Salisbury, el bosque de edad madura había sido talado y se había convertido desde hacía siglos en una pradera abierta. Si las hubieran llevado por el río, las piedras habrían sido arrastradas desde los bancos del Avon bordeados por sauces y juncos hasta el sitio. Salpicadas en forma decorativa, acanaladas y pulidas, las piedras se montaron en pares para formar un doble arco y quizá también sostenidos por dinteles que después se desprendieron.
Los antiguos terraplenes habían sido transformados para realzar la entrada noreste, confirmando así la importancia de la alineación del monumento con los solsticios, presunción que reflejaba quizá creencias acerca del significado de las rocas en el lugar que ocupaban en Preseli, o quizá nuevas ideas sobre una época cambiante. En alguna fecha posterior, las rocas gigantes de arenisca dura fueron arrastradas desde Marlborough Downs, situado entre 35 y 45 kilómetros de distancia. Aunque en épocas posteriores se modificó un poco el diseño interior, el montaje de las rocas de arenisca (enormes guardianas de anchas espaldas que protegían las piedras más pequeñas provenientes de Gales) dotó a Stonehenge de su aura perdurable de seguridad inexpugnable. Por desconcertante que parezca, no cabe duda de la confiada eficacia de sus imponentes características monumentales. Los estudios realizados por Michael Allen, experto en arqueología ambiental, demuestran que durante el largo período de la construcción de Stonehenge, los habitantes de la zona continuaron llevando a cabo las tareas mundanas de su vida. Restos de carbón vegetal, polen de malas hierbas asociadas con los cultivos y, lo más valioso, conchas de caracol (que pueden relacionarse con distintos hábitats) muestran que el paisaje de Stonehenge fue talado, rozado y cultivado. Sea cual haya sido su función, estaba arraigado en la comunidad a la que servía. “Yo lo veo utilizado como una catedral, o como el Estadio de Wembley –manifiesta Allen–. Los arqueólogos esperan excavar en Stonehenge por primera vez en un cuarto de siglo, en busca de restos que podrían corregir la hasta hoy poco satisfactoria datación del sitio. La obra prevista para la avenida podría revelar cuándo se extendió hacia el Avon, para aclarar en qué etapa el río se vinculó al monumento de manera ritual. Los restos de cremaciones que fueron excavados y vueltos a enterrar en 1935 podrían beneficiarse de nuevos análisis rigurosos con técnicas actualizadas. Del lado galés del relato, Wainwright y Darvill esperan determinar cuándo llegaron las doleritas azuladas. La labor que se realiza en las montañas Preseli quizá también revele hallazgos de enterramientos que podrían ser fechados, lo cual arrojaría luz sobre la importancia de las piedras de Preseli. Un nuevo estudio de los restos óseos exhumados de la zona de Stonehenge indicaría si un porcentaje elevado de la población tenía necesidad de “curarse”.
No hay textos que expliquen el propósito de Stonehenge. Seguro en su prehistoria sin palabras, puede así absorber una multitud de “significados”: templo del Sol, o de la Luna –para el caso es lo mismo–; calendario astronómico; ciudad de los antepasados muertos; centro de curación; representación lítica de los dioses; símbolo de condición social y de poder.
Stonehenge representó el final de una gran tradición de construcción de monumentos en la Inglaterra neolítica. Cayó en desuso cerca del año 1500 a. C. y, con el paso de los siglos, muchas de sus piedras se vinieron abajo, se quebraron o fueron sustraídas, bajas causadas por la naturaleza y por el hombre. A veces se presentaban informes sobre las enigmáticas ruinas. Un historiador griego del siglo I a. C., Diodoro Sículo, cita un testimonio perdido escrito tres siglos antes, que describía “un magnífico centro consagrado a Apolo y un notable templo esférico” situado en una gran isla al extremo norte, del otro lado de la actual Francia (curiosamente, Apolo es el dios de la curación). En la historiografía más reciente, Samuel Pepys, el gran diarista, visitó las piedras en el verano de 1668, para lo cual alquiló caballos y contrató los servicios de un guía para que lo condujera por la llanura. Su descripción sigue resonando en la actualidad. Las rocas, escribió, eran “…tan prodigiosas como los relatos que había escuchado al respecto y valió la pena hacer este viaje para verlas. Dios sabe cuál era el uso que se les daba”.



salu2 pa to@s

4 comentarios:

Anónimo dijo...

TAS LUCIO MACHO

Anónimo dijo...

ESTO NO ES UN PERIODICO

Betty Boop dijo...

Tiene razón este anónimo tas lucio, lo que si sabemos es que se te da bien copiar.

Betty Boop dijo...

Bueno eso o que se te quedó pegado el dedo.